Tierra Común: el origen de la idea
El colonialismo histórico no ha muerto: sigue siendo parte de las estructuras económicas y culturales, las relaciones políticas y geopolíticas de muchos países del llamado sur global. Esta estructura colonial heredada continúa sirviendo de fundamento para la operación de las grandes corporaciones, entre ellas, las tecnológicas.
A las formas tradicionales del colonialismo se le suma un tipo de colonialismo propio de nuestra era: un colonialismo que puede crecer y expandirse por medio de mecanismos que poseen un nuevo carácter y que aprovecha recursos que también son nuevos: los datos. A esto nos referimos con el colonialismo de datos (sobre el que amb@s hemos escrito, Nick y Paola): su objetivo no es el terreno físico, sino el terreno de la vida humana, nuestras experiencias y actividades.
Queremos enfatizar que el colonialismo de los datos expande la colonialidad del poder. El extractivismo en el terreno de los datos implica formas de despojo que reproducen la dominación de raza, clase, género y también de la naturaleza. Se arraiga en epistemologías asumidas como universales a través del racionalismo/modernismo del que hablaba Aníbal Quijano. Por eso abogamos por el derecho a reconocer otras epistemologías que entran en tensión con la lógica extractivista y neocolonial de los datos anclada en un sistema capitalista y patriarcal. Tenemos el compromiso político de hacer visibles de quiénes son los cuerpos y territorios mayormente afectados por esta forma de violencia.
La idea de que, lejos de apagarse, el colonialismo está en proceso de renovarse y regenerarse otra vez bajo el impulso de dos centros de poder, Estados Unidos y China, pero ahora con una profundidad aún mayor, sin límites geográficos, no es alentadora. Sin embargo, es la realidad que necesitamos abordar y enfrentar. ¿Cómo?: a través del aprendizaje de los pueblos y comunidades que llevan resistiendo siglos. A través de la solidaridad, la comunalidad, el ayni, la reciprocidad como orden relacional, y nuevos “recursos de esperanza” como lo planteaba Raymond Williams.
El sitio Tierra Común se ofrece como un recurso de esperanza. La idea de Tierra Común despuntó en una charla de sobremesa en la Ciudad de México en noviembre del año pasado. Discutíamos sobre las implicaciones de la conferencia que Nick había impartido con Ulises Mejías ese día y sobre las posibilidades de organizar oportunidades de continuar el debate. Paola explicó que los vuelos internacionales desde América Latina son tan caros que sería probablemente imposible. La diferencia entre las realidades económicas de Europa donde vive Nick y América Latina donde vive Paola se había develado con máxima claridad.
Y en el mismo momento la necesidad de crear alguna estructura como Tierra Común fue clara también: es decir, un espacio en el que, por medio de las oportunidades que nos ofrecen las conexiones en línea, podamos crear oportunidades de hablar junt@s y recopilar recursos para pensar en los costos de la misma conexión. Porque, para sostener ideas, necesitamos la solidaridad de otras personas que puedan hablar, pensar e imaginar con nosotros.
Esa noche imaginamos eventos sobre el colonialismo de los datos no solamente en Ciudad de México, sino en Bogotá y Buenos Aires, en La Paz y Quito. Eventos en los que se encuentren académicos, activistas y todas las personas que, en su propio terreno, puedan exponer sus perspectivas sobre ese nuevo colonialismo de datos digitales, con la posibilidad de construir un archivo de esas iniciativas en un sitio común.
Imaginamos un sitio de web, una tierra en cierto sentido, en el que podamos enfrentarnos al despojo de nuestros datos personales, extraídos de nuestras vidas en sus detalles microscópicos por las corporaciones tecnológicas. Una tierra quizás en la que puedan acumularse recursos variados - textos, videos, podcasts, recursos pedagógicos, imágenes – y abonar así a la construcción de un sendero de resistencia.
Necesitamos medios a través de los cuales podamos dibujar el contorno de un tiempo en el que no debamos entregar nuestra libertad para comunicarnos o informarnos: medios que no nos obliguen a elegir entre la intimidad de nuestra propia vida y nuestra participación en la vida común de la sociedad.
Imaginamos un futuro en el que un país pueda alimentar su sociedad civil sin, al mismo tiempo, enriquecer a las empresas lejanas. Imaginamos un futuro en el que el conocimiento científico y social no esté condicionado a la exposición de las vidas ciudadanas a una vigilancia continua por las fuerzas exteriores sobre las que se puede tener poca injerencia.
Imaginamos un tiempo de conexión, una tierra de comunidad, en la que se puedan realizar nuestros objetivos comunes sin que al mismo tiempo las personas y las comunidades nos encontremos sometidas a un orden de extracción sin límites y sin precedente histórico.